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Crisis, nacionalismo y elecciones

  • El Súper
  • 8 abr 2018
  • 5 Min. de lectura

La burguesía mexicana está en una crisis sin precedentes. Su padrino y benefactor, el imperialismo estadounidense, ha decidido darle una apuñalada por la espalda. Las renegociaciones del TLC han venido a despertar los peores temores de los empresarios mexicanos más ricos. Recordemos que gracias al TLC, cerca de 15 empresas mexicanas se hicieron de un mercado internacional y ganancias como nunca las habían imaginado, pero ante el peligro que representan economías emergentes, e intereses imperialistas por parte de China y Rusia, la burguesía norteamericana no pretende brindar más concesiones. La política actual de Washington gira en torno a mantener a los EU como la potencia única en el mundo, y el papel que jugará la burguesía mexicana es el de servidor obediente, "o si no...".


La clase dominante tiende a fraternizar entre ella cuando las circunstancias son favorables, pero cuando la crisis es más fuerte, surgen los sentimientos nacionalistas y los fetichismos chovinistas a empeorar las cosas. En EU es donde la división de la clase burguesa es más visible, pues muchas compañías de medios de comunicación han desatado una guerra contra Trump, y en especial medios como el periódico The New York Times, de la cual, curiosamente, Carlos Slim es prominente socio. Sin embargo hay que entender que esta división dentro de la clase dominante no se debe a cuestiones ideológicas, sino tácticas. Tanto burgueses liberales como conservadores en EU pugnan en favor de que su país se mantenga como única potencia económica y militar, pero la estrategia es la que difiere, y la estrategia de Washington en este momento es hacer valer su papel como imperio, amenazando a todo aquel que no quiera ser su fiel seguidor. Ocho años de diplomacia liberal con Obama (diplomacia en términos mediáticos, porque por la vía de los hechos el gobierno demócrata de Obama fue uno de los más sanguinarios en la historia de Medio Oriente y América Latina) fueron buenos para un sector mayoritario de los empresarios norteamericanos, pero la crisis que se desencadenó en 2008 sigue avanzando y no se pueden dar el lujo de seguir permitiendo que China y Rusia se les sigan acercando.


Esta táctica del miedo no es nueva en los gobiernos estadounidenses; apenas en 2001 Bush dijo "quien no está con nosotros está en contra de nosotros", cuando hablaba de la muy cuestionada idea de invadir Irak para 'acabar con el terrorismo y las armas de destrucción masiva' que supuestamente escondía el gobierno bonapartista[1] de Sadam Hussein. Sin embargo es verdad que las amenazas han subido de tono desde aquella frase de Bush. Hoy la amenaza de la construcción del muro fronterizo enfurece no solamente a la burguesía mexicana, sino también a los trabajadores, pero no olvidemos que fue en los tiempos de mayor amistad empresarial México-EU -durante las vísperas de la firma del TLC- cuando Bill Clinton construyó una enorme barda divisoria, también vigilada por las fuerzas armadas estadounidenses, y la clase dominante mexicana se mantuvo en silencio.


Enfurecerse contra Trump es bastante fácil, y la burguesía mexicana lo entiende muy bien, y es por eso que una de las tácticas que empleó el año pasado para intentar apagar el fuego del "gasonlinazo" fue el llamado a la unidad nacional mediante la ridícula y patética campaña "Vibra México", y es ahora que la tensión en la renegociación del TLC aumenta, y que el presidente estadounidense amenaza con la construcción del muro con soldados vigilándola, que los empresarios enfurecidos llaman a sus representantes políticos a pronunciarse, al grado que Enrique Peña Nieto tuvo que dar un mensaje en televisión contestando a las amenazas de Trump -algo que contrasta mucho con la política servil que había mantenido hasta ahora-. Por su puesto la clase empresarial mexicana es una hormiga comparada con su contraparte norteamericana, y no puede hacer más que dar patadas de ahogado, pues es plenamente consciente de que su destino depende en demasía de la decisión de Washington. Esta es una realidad que se vive en todo país colonizado y con economía dependiente como lo es México.


Ahora bien, las elecciones se acercan y esta crisis política se puede traducir en varios escenarios.


Por un lado está el PRI, que de la mano de Videgaray ha sido sumiso y bastante tibio ante las posturas antimexicanas de Trump. La diplomacia en el TLC se ha visto liderada por este partido. Meade, a pesar de que es presentado como un candidato profesionista y preparado -en contraste con Peña Nieto-, no tiene una postura propia y simplemente replica lo que desde su partido se decide.


El PAN, que perdió mucha fuerza a raíz del inicio de la guerra contra el narco de Calderón, pero que lucha por posicionarse como contendiente a la representación política de la burguesía mexicana más reaccionaria. Su debilidad es tal, que su candidato, Ricardo Anaya ha tenido que pronunciarse contra las impopulares reformas neoliberales que su mismo partido ha promovido y apoyado para ganar popularidad.


Por último está quien lidera por mucho las encuestas, López Obrador, quien a pesar de que ha diluido su discurso y su programa de izquierda al grado de defender al modelo neoliberal -como lo dijo en una entrevista con bloomberg-, continúa manteniendo una base de apoyo de izquierda muy grande, la cual lo obliga a pronunciarse contra algunos proyectos neoliberales sumamente dañinos, como lo es el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, lo cual ha generado preocupación a sectores burgueses como el Consejo Coordinador Empresarial -de preferencia regularmente panista-.


Los tres candidatos se han pronunciado ya contra las declaraciones de Trump contra México, de manera prácticamente obligada para no quedarse fuera del tema coyuntural que tiene semanas en los medios. Esta presión mediática responde en gran medida al descontento de la burguesía mexicana. Sin embargo no hay que olvidar que en lo que respecta a elecciones presidenciales en México, hablar de democracia es una contradicción, y que históricamente no es solo la clase dominante nacional la que inclina la balanza en favor de algún partido (con balanza nos referimos a fraude electoral), sino, sobre todo el visto bueno de Washington, y ya son numerosas ocasiones en que instituciones gubernamentales estadounidenses se han pronunciado al respecto[2].

Ante este escenario, reiteramos nuestro rechazo total al burdo intento de unidad nacional en favor de los intereses de la burguesía mexicana, y hacemos el llamado a los trabajadores a unir fuerzas contra el imperialismo estadounidense y la explotación de la clase dominante interna. Rechazamos rotundamente la construcción de un muro fronterizo, y nos pronunciamos por la apertura total de las fronteras de todos los países, lo cual incluye por su puesto, un alto a la política mexicana de criminalización y de persecución a los inmigrantes centroamericanos, así como la desocupación inmediata del estado de Israel sobre territorio palestino. Así mismo, como trabajadores, debemos tomar una postura con respecto a las renegociaciones del TLC, buscando mejoras en nuestras condiciones de trabajo. Sindicatos estadounidenses y canadienses se han pronunciado por alzar los salarios de los mexicanos, e incluso Trump, en un intento de mostrarse abusivo contra los empresarios de México, ha puesto sobre la mesa la homologación de salarios mexicanos con los de Canadá y Estados Unidos. Debemos asumir y aceptar la solidaridad que brindan los sindicatos de los países vecinos, aunque esto signifique tomarle la palabra a Donald, con la consigna "Homologación de Salarios"; los trabajadores mexicanos estamos en condiciones de exigir a las empresas extranjeras que paguen los mismos salarios que pagan a los trabajadores de sus respectivos países, e incluso sumarnos a la exigencia de aumento a sus salarios. Debemos tomar acción para aprovechar la debilidad de la clase dominante en estos tiempos de crisis, y olvidarnos de pensar que con el voto vamos a conseguirlo. La lucha de clases se decidirá en las calles y no en las urnas.



[1] Bonapartismo: Forma de gobierno en la que el poder ejecutivo es supremo. Regularmente un gobierno bonapartista se coloca por encima de los intereses de las clases en pugna, mientras que lleva a cabo políticas populistas.





 
 
 

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